lunes, 29 de octubre de 2012

Siempre nos quedará Bon Iver

Cuando parece que está todo inventado, cuando estamos cansados de oír que la buena música se hizo en los ochenta/noventa, cuando predomina lo que vende sobre lo bueno, cuando parece que ya nada puede sorprendernos... aparece alguien llamado Bon Iver.

Justin Vernon, cantautor y más conocido como Bon Iver, es un auténtico genio; lo cierto es que nos puede gustar el pop, el rock, indie, flamenco, el tecno o el rap, pero "al César lo que es del César", Bon Iver tiene un don. Ayer tuve la gran suerte de verlo en concierto en el Palacio de Vista Alegre de Madrid. Faltaba una hora para que saliera al escenario y la ilusión y las ganas se palpaban en el ambiente, y no era para menos, nunca antes había tocado en Madrid. Como era de esperar, no defraudó. Y pasó lo que no suele pasar: en directo es mucho mejor que en "estudio".
Creo que parte de su encanto, de su genuidad, de su autenticismo viene relacionado con su origen, con el inicio de lo que ha acabado siendo una gran banda. Y es que todo comenzó cuando el cantautor vivía uno de los periodos más confusos de su vida; tras la ruptura de la banda de la que había formado parte durante los últimos años, de su relación con Emma (en aquél entonces su novia) y después de que se le diagnosticase mononucleosis hepática ,Vernon abandonó Raleigh (su ciudad) y decidió pasar tres meses en la cabaña de su padre al norte de Winsconsin, aislado del mundo. Con una vieja guitarra y un aparato básico empezó a componer y a escribir sin más pretensión que explotar su lado artístico, su don, y pasar aquel mal momento. 

Cuando alguien escribe con el corazón compone no solo una canción,sino una auténtica descripción de un estado anímico; solo así se explica a posteriori que consiga emocionar a tanta gente. El conjunto de instrumentos que suenan a la vez (lo curioso es que lo que en realidad se presenta como un trío consigue parecer una orquesta) crea una atmósfera indescriptible, nueve músicos que fueron alternando instrumentos soportados por dos baterías, tres teclados, en ocasiones varias guitarras, violines, trompetas… Todo ello en un ambiente íntimo, con luces en el escenario que simulaban velas y con telas que creaban el ambiente propio de una cueva montañosa, además de un público totalmente devoto. Tocó canciones tanto de aquél primer disco que compuso perdido en la cabaña de su padre, "For Emma, forever ago", como del más reciente "Bon Iver, Bon Iver" y dejó momentos para el recuerdo, un esperado "Skinny love" (se ha convertido en su himno, su marca de identidad), "Towers", un impresionante "Wolves" con todo el público coreando cada vez con más fuerza (tras su petición) una de sus frases "what might have been lost" o un maravilloso cierre del concierto con el ya clásico "For Emma".

Lo cierto es que su música es lo más cercano a desnudar el alma. Su carácter introspectivo, su voz sincera y especial, ese tono propio de un falsete, la combinación de lo acústico y de lo electrónico, su estilo minimalista, innovador... en definitiva su don para experimentar. Si no has oído nunca a Bon Iver, en ocasiones, te pierdes, no entiendes el ritmo que ha cogido la canción, sientes que desvaría o que simplemente ha dejado de seguir la melodía. Por todo esto y por todo lo demás que no soy capaz de transmitir en unas líneas, Bon Iver ha irrumpido con fuerza en un panorama musical más bien desolador. Para mi, lo mejor de él es que se trata simplemente de un músico que sin pretensiones canalizó todo lo que sentía de la forma que mejor se le daba. Solo espero que no se corrompa, que no se venda.

Gracias Emma por decidir romper con él, sin ti probablemente no habría existido ese gran tesoro que es Bon Iver.